lunes, 24 de enero de 2011

DR. JEKYLL Y MR. HYDE


Dicen los psicólogos que el mejor espejo que tenemos es la pareja, que es en la relación de pareja más que en cualquier otra donde desplegamos todas nuestras virtudes y también nuestros defectos. Pero no se por qué hay algunas relaciones que son como uno de esos espejos de circo, en lo que todo lo que se refleja se ve deformado. Relaciones que liberan nuestros demonios y cuando nos damos cuenta estamos haciendo incoherencias y terminamos sintiéndonos miserables por actuar de un modo tan irracional. No le estoy achacando al otro la responsabilidad de nuestros actos, pero si creo que algunas personas tienen la capacidad de “conectarse” sólo con nuestra sombra, con ese lado de nuestra personalidad que tanto nos esforzamos por mantener oculto (sobre todo de nosotros mismos) y nos llenamos de angustia cuando el otro nos muestra el espejo y lo que vemos es aterrador. Gente que tiene el don de sacar a la superficie lo peor de nosotros, pero con quienes extrañamente nos empeñamos en seguir, a pesar de la frustración y la rabia que experimentamos la mayor parte del tiempo que pasamos a su lado.

Están otras relaciones, las que nos llenan de paz y de alegría, en las que no sentimos la necesidad de pelear ni con el otro ni con nosotros mismos, relaciones en las que nos sentimos a gusto y felices con quienes somos, donde no nos sentimos culpables por tener un Mr. Hyde interior, todo lo contrario, somos capaces de reconciliarnos con él y amansarlo.

No soy amante de las “emociones fuertes” –al menos no concientemente- , pero confieso que un par de veces me he transfromado en Mr. Hyde y me he embarcado en relaciones tóxicas que me han dejado agotada y preguntándome “¿Qué sentido tiene estar en una relación que me hace sentir tan mal conmigo misma?” esta interrogante ha surgido mucho tiempo después claro está, después de intentar un millón de veces que las cosas funcionen, porque este tipo de relaciones son altamente adictivas, así que lo mejor es evitarlas desde el principio.

Cuando tengo el indicio de que es posible que alguien abra mi caja de Pandora particular, huyo inmediatamente. He aprendido que lo mejor es dejar dormir a mis demonios.

jueves, 6 de enero de 2011

EL SÍNDROME DE LA DIVORCIADA

Sin lugar a dudas lo más duro que me ha tocado enfrentar en mi vida ha sido divorciarme. No en vano el divorcio está entre las situaciones que provocan más stress, no es fácil pasar de “hasta que la muerte los separe” a… El limbo. En mi caso además el stress fue doble, porque no sólo me quedé sin marido sino también sin trabajo. No les cuento todo esto para que digan “ay pobrecita” sino para relatarles lo que sucede después que una sale de ese marasmo, lo que pasa cuando logras pararte de la cama donde has pasado días enrrollada pensando en un plan B que nunca te planteaste, las conclusiones que una saca después de la terapia y el prozac. Pues cuando asumes de una vez por todas que estás completamente sola inicias el viaje de regreso a ti misma, que es lo que yo llamo “el síndrome de la divorciada”.

Arreglar la fachada siempre es lo primero, al fin de cuentas estamos de vuelta al ruedo de la soltería y la pelea es dura, así que si te divorciaste seguro que te cambiaste el peinado, te pintaste el pelo, hiciste dieta, te operaste. Y una vez resueltos los cambios exteriores te das cuenta de los que operan dentro de ti. Entonces te dan ganas de hacer todo lo que habías postergado o lo que no te habías atrevido, lanzarse en paracaidas, viajar a Europa, cambiar de trabajo, aprender otro idioma o escribir un blog. Descubres en ti potencialidades que no sabías que tenías, desde aprender de mecánica hasta ser capaz de estar contigo misma y ser feliz.

No es fácil ser divorciada, parece mentira pero a estas alturas la gente todavía te juzga por no querer seguir casada y lo más asombroso es que son las mismas mujeres (las señoras de) las que te miran mal, las que dicen que “debiste haber aguantado más para mantener tu familia”,

No se si alguna vez volveré a ser la “Sra de”, no afirmo ni niego porque he aprendido que “el que escupe pa’ arriba…”, lo que si puedo decir es que por ahora soy felizmente divorciada.